Me gustaría dedicar esta entrada a una personita que en cuestión de pocos días
ha puesto patas arriba mi vida (en todos los sentidos, y para bien) Ella sabe
de sobra quién es, y se dará por aludida enseguida… On the road again!!!
Gracias, preciosa.
“Decíamos ayer…” (Plagiando a Unamuno, que a su vez plagió a
Fray Luis de León) que la cocina es maravillosa. En definitiva, vamos a retomar el blog, de
momento a medio gas (por falta de tiempo en estas fechas navideñas) pero
después vamos a intentar darle un impulso diferente. Sí, mis queridos “fogoneros”,
esto va a marchar sí o sí.
Y sin más preámbulos ni zarandajas, vamos a
ponernos al lío.
Hoy vamos a preparar una paella
de verduras y gambas. Para ello necesitaremos,
Para 4 personas:
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Un calabacín (tamaño medio)
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Un pimiento rojo hermosote
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Un pimiento verde (en este caso italiano – de los
alargaditos)
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Una cebolleta
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Un pimiento choricero
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Tomate frito (unos 100 ml)
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Un buen puñado de gambas peladas
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4 tazas de arroz bomba
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Pimentón dulce
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Unas hebras de azafrán (5-6 son suficientes)
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AOVE (ese palabro que resume el Aceite de Oliva
Virgen Extra)
Al turrón. Preparamos
nuestras verduras cortadas en juliana, y procedemos a escaldar el pimiento
choricero. Lo que yo suelo recomendar, si hay caldo de por medio, es hacerle
una incisión al pimiento, ponerlo en un cazo con agua hirviendo recién sacada
del fuego, dejarlo 10-15 minutos y luego aprovechar esa agua (colándole las
pepitas del pimiento) para hacer el caldo.
Calentamos un buen chorro de AOVE en nuestra paellera. En
otras ocasiones ya hemos hablado de difusores, de las diferencias entre la
cocina de gas y las vitro o las de inducción a la hora de hacer paellas, así
que no creo que sea necesario volver a incidir en ello.
Rehogamos alegremente las verduras durante unos 10 minutos,
y añadimos el arroz, el tomate frito y las gambas. Tras dos o tres minutos
castigando todo esto, añadimos el agua del choricero, complementando con más
agua si es necesario hasta llegar al nivel de los clavos de las asas de la
paellera. Corregimos de sal (más tirando a soso que a salado, ya que gran parte
del agua se va a evaporar) Subimos el fuego hasta que aquello se convierta en
la fragua de Vulcano, y mientras eso ocurre, preparamos el choricero.
Briconsejo: Hay
sibaritas que tienen oportunidad de conseguir carne de choricero en tarritos.
Eso evita bastante faena, pero tiene la pega de que no todo en esta vida
necesita acompañamiento “choriceril”, por lo que el tarro suele acabar
abandonado, a medias, en el fondo de la nevera, junto al cacho de queso rancio
y los yogures blancos caducados. Yo prefiero tener mi buen ramillete de
choriceros colgados por ahí, o en su caja de cartón si los compro en ese
formato.
Ahora viene la parte delicada: abrimos el choricero hasta
aplanarlo lo más posible, con la piel hacia abajo, y con un cuchillo vamos
rascándolo (imaginaos a Fígaro afeitando a un tipo barbudo y gordo, o sea,
delicadeza máxima) separando la carne de la piel con mucho cuidado. Una vez separada, la troceamos bien finita, o
la trituramos en mortero, o lo que queráis, pero que quede muy machacada. La incorporamos
A estas alturas nuestra paella está haciendo unas
burbujotas impresionantes, así que bajamos el fuego hasta que las burbujas sean
pequeñitas y se produzcan a un ritmo lento.
Ahora, y no antes, añadimos el azafrán de hilo. Lo
trituramos un poco en la mano y lo incorporamos. Se trata de que no se “infusione”
demasiado, ya que si lo añadimos al principio de la cocción se pierde gran parte
de su aroma.
Vamos controlando el punto de sal y el de caldo en relación
a la dureza del arroz, añadiendo agua si fuese necesario, o mejor incluso caldo
de verduras (aunque sea de pastilla) La mejor opción es ir “catando” el arroz y
jugando con el fuego, bajando o subiendo según se requiera.
Cuando el aspecto sea este que veis en la última foto, solo
le queda el reposo final. Apagamos el
fuego y aguantamos estoicamente las hambres antes de sacarlo a la mesa.
¡Buen provecho, fogoneros!